25.9.17

Mi bisabuelo


No conocí a mis bisabuelos. Creo que poder hacerlo, para mi generación, era toda una rareza. Tampoco conocí a mis abuelos paternos.
Pero en las anécdotas familiares siempre gravitaba con un poco de misterio y reverencia el nombre de Cupertino del Campo (1873-1967), padre de mi abuelo materno y sobrino de Estanislao del Campo, el autor del Fausto criollo.
Mi abuelo Cupertino llevaba el mismo nombre que su padre (mi tatarabuelo), y a su vez le pondría su nombre a su hijo mayor, mi tío abuelo. Para no ser menos, mi abuelo Horacio le puso Horacio Eduardo a su hijo mayor, y éste Horacio Nicolás a su primer hijo varón (aunque, en realidad, todos le decimos Nico). En eso me siento identificado, porque yo llevo el mismo nombre que mi abuelo Vicente (y cargo a cuestas la misma desgracia de que sistemáticamente escriban mal el apellido).
Mi bisabuelo Cupertino del Campo fue médico pero, según entiendo, nunca ejerció la profesión; también fue pintor, con cierta gracia para el paisajismo y los detalles, pero con limitaciones concretas para el rostro y la figura humana. Sólo muy recientemente supe que fue director del Museo Nacional de Bellas Artes durante 20 años, y que también fundó la institución ICANA de Buenos Aires, que posee una muy buena biblioteca de consulta en inglés.
Además publicó libros de ensayo y poesía, una novela y diversos artículos.
Apenas si sobrevolé sus artículos y textos en prosa; jamás pude superar el primer capítulo de su novela El romance de un médico, acaso porque el primer nombre que en ella figura es de una cacofonía intolerable: "Perico Pérez".
Con respecto a su poesía, leí parte de ella de chico, pero a medida que mis gustos se alejaban cada vez más del clasicismo, me iba pareciendo un poco arcaico su cultivo de una poesía rimada en una época en la que las vanguardias estaban alterando radicalmente la forma de escribir.
Así y todo, tengo que reconocerle talento en el manejo de formas preestablecidas como el soneto. A pesar de que se escribe hace siglos, sigue siendo un arte difícil.
Quiero transcribir un poema de él que no está en Internet, y que es uno de los que a mi abuelo (su hijo) más le gustaban, hasta el punto de que solía recitarlo de memoria. Vale la pena señalar que, como ocurre en el Quijote, cumplir los sesenta en esa época equivalía a ser (y acaso sentirse) un anciano.

Soneto optimista

Cumplí gracias a Dios, ya los sesenta,
y aunque el recuerdo lo pasado añora,
no ha muerto la esperanza que colora
el breve porvenir que se presenta.
En la medida en que la edad aumenta,
experiencia y saber uno atesora.
De cualquier modo, lo vivido, ahora
nadie podrá borrarlo de mi cuenta.
Y qué importa que cese de repente,
cuando ruede hasta el pie de la pendiente,
esta vida prestada a plazos fijos,
si la existencia humana es permanente,
pues la renuevan incesantemente
los hijos de los hijos de los hijos.